Yo era una nena con muchas ilusiones y fantasías sin miedo a nada (a excepción de ser descubierta cuando jugaba a las escondidas), que creía que en el mundo eran todos buenos y la gente se tenía afecto solo por el hecho de ser personas, de tener algo bueno y único y que nadie te lastimaba sin razón. Todo me parecía lindo y si me mostrabas un par de luces de colores ya me sacabas una sonrisa. [Debo confesar que conservo algo de eso aún].
Era el día que más esperaba: el 24 de Diciembre. El día en que sentía que el cielo se iluminaba para mi, en que venia Papa Noel a traerme regalitos, en que mama, papa, Leni (mi hermana) y yo éramos felices porque si, el día en que todos nos llamábamos o veíamos y decíamos a nuestros seres queridos lo mucho que los amábamos.
Papá se levantó temprano de la siesta para empezar a hacer la comida navideña; yo ayudaba a Leni a preparar los adornos de la mesa y demás, y mama preparaba la ensalada de frutas. La tarde fue transcurriendo, y me sentía feliz, esperando las 12 de la noche ansiosamente. Comimos todos juntos en el quincho de mi casa, entre risas e historias que a esta altura no recuerdo, pero que eran memorables [vaya ironía!].
Faltaban 10 minutos para las 12 de la noche y fuimos ansiosas con mi hermana adentro de la casa a averiguar si Papá Noel había pasado por el arbolito y nos había dejado regalos: no había nada. Fuimos cuando faltaban menos de 3 minutos: no había nada. Me sentía engañada, sentía que todos aquellos adultos se burlaban mi inteligencia. Papa Noel, si claro.
El momento llegó: el impaciente reloj cambio a las 00:00. El cielo se iluminó con diferentes dibujos de luces brillantes en cada rincón. Era hermoso. A mi me daba un poquito de miedo el ruido, asíque sonreía feliz y miraba al cielo media escondida con los oídos tapados. Cuando terminamos de brindar, mi pequeña cabecita pensaba solo en una cosa, aunque me hiciera la madura… : Papa Noel! – ¿Llegaré a verlo?- pensé. Fuimos casi corriendo con mi hermana al arbolito, y ahí estaban los regalos. Fui feliz. Y de pronto apareció en el suelo escrito con carbón un “Feliz Navidad, jo jo jo” cuando leí eso la magia que sentía era increíble. Sentía que realmente no fui jamás embaucada, que de verdad existía aquel hombre que podía volar con renos y llevaba a las casas regalos para los niños que se portaban bien.
Fue una de las últimas veces que sentí que la navidad era algo diferente, algo especial. Cada año, cuando se acerca diciembre cierro los ojos y trato de transportarme a este recuerdo, para ser feliz un ratito.-
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